Si
pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una
fotografía de un grupo de colegialas o girl scouts, no siempre señalará a
la nínfula. Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente
melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una
llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo,
para reconocer de inmediato, por signos inefables - el diseño
ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro
aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las
lágrimas me prohiben enumerar- al pequeño demonio mortífero ignorante de
su fantástico poder.
Ábrete.
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