07 noviembre 2009

Fragmento de "Historia de Ô" (Pauline Reage).


Lo que su amante quería de ella era muy simple: que estuviera accesible de un modo constante e in­mediato. No le bastaba saber que lo estaba; que­ría que lo estuviera sin el menor obstáculo y que tanto su actitud como su manera de vestir así lo advirtieran a los iniciados. Esto quería decir, pro­siguió él, dos cosas: la primera, que ella sabía ya, puesto que se lo habían explicado la noche de su llegada al castillo: nunca debía cruzar las piernas y debía mantener siempre los labios entreabiertos. Seguramente, ella creía que esto no tenía importancia (y así lo creía, en efecto); sin embargo, pronto descubriría que, para observar esta disciplina, tenía que poner una atención constante que le recordaría, en el secreto compartido entre ellos dos y acaso al­guna otra persona, pero durante sus ocupaciones ordinarias y entre todos aquellos ajenos a tal secre­to, le recordaría la realidad de su condición. En cuan­to a su ropa, debería elegirla o, en caso necesario, inventarla de manera que hubiera necesidad de re­petir aquel semidesnudamiento a que la había so­metido en el coche que los llevaba a Roissy. Al día siguiente, ella escogería en sus armarios y cajones los vestidos y la ropa interior y descartaría absolu­tamente todos los slips y los sujetadores parecidos a aquél cuyos tirantes había tenido que cortar él para quitárselo, las combinaciones cuyo cuerpo le cubrie­ra los senos, las blusas y los vestidos que no se abrochasen por delante y las faldas que fueran de­masiado estrechas para que pudiera levantarlas con un solo movimiento. Que encargara otros sujetado­res, otras blusas y otros vestidos. Hasta entonces, ¿tendría que ir con los senos desnudos bajo la blu­sa o el jersey? Pues bien, que fuera. Si alguien lo notaba, ella podría explicarlo como mejor le pare­ciera o no dar ninguna explicación, era asunto suyo. En cuanto a las demás cosas que debía decirle, pre­fería esperar unos días y deseaba que, para oírlas, ella estuviera vestida como él quería. En el cajoncito del escritorio, encontraría todo el dinero que necesitara. Cuando él acabó de hablar, ella mur­muró «te quiero» sin el menor gesto.

4 se abrieron.

La coleccionista de perlas dijo...

Me encanta tu blog. Lo leeré a partir de ahora.

@Intimä dijo...

Que pena estar destinada sólo a los caprichos de un buen señor, con lo comodo que son unos tejanos y una camiseta, claro está que siempre hay un momento adecuado para una ocasión especial, pero de ahí a que te elijan la ropa... umm discrepo un poquitín.
Besitos, me encanta venir a tu espacio. :-)

Aziliz VanCris dijo...

El tipo de relatos que más me gustan! Bravo, bravo y bravo! Me has vuelto a sacar una sonrisa.

Adriana De Sa dijo...

He leido este libro, me ha parecido estupendo. El como O acepta prostituirse por su amente, ya que asi el lo queria; siendo socavada una y otra vez por hombres cuyos besos la asqueaban y sus caricias eran aun peores que cualquier otra vejacion.
Teniendo en cuenta aquella frase que le dijo Sir stephen: --tenga en cuenta que yo solo soy, y que no puedo ser mas que, otra forma de su amante: que siempre tendra un solo dueño.


Gran libro, definitivamente uno de mis favoritos

Besos, ^^