Lo que su amante quería de ella era muy simple: que estuviera accesible de un modo constante e inmediato. No le bastaba saber que lo estaba; quería que lo estuviera sin el menor obstáculo y que tanto su actitud como su manera de vestir así lo advirtieran a los iniciados. Esto quería decir, prosiguió él, dos cosas: la primera, que ella sabía ya, puesto que se lo habían explicado la noche de su llegada al castillo: nunca debía cruzar las piernas y debía mantener siempre los labios entreabiertos. Seguramente, ella creía que esto no tenía importancia (y así lo creía, en efecto); sin embargo, pronto descubriría que, para observar esta disciplina, tenía que poner una atención constante que le recordaría, en el secreto compartido entre ellos dos y acaso alguna otra persona, pero durante sus ocupaciones ordinarias y entre todos aquellos ajenos a tal secreto, le recordaría la realidad de su condición. En cuanto a su ropa, debería elegirla o, en caso necesario, inventarla de manera que hubiera necesidad de repetir aquel semidesnudamiento a que la había sometido en el coche que los llevaba a Roissy. Al día siguiente, ella escogería en sus armarios y cajones los vestidos y la ropa interior y descartaría absolutamente todos los slips y los sujetadores parecidos a aquél cuyos tirantes había tenido que cortar él para quitárselo, las combinaciones cuyo cuerpo le cubriera los senos, las blusas y los vestidos que no se abrochasen por delante y las faldas que fueran demasiado estrechas para que pudiera levantarlas con un solo movimiento. Que encargara otros sujetadores, otras blusas y otros vestidos. Hasta entonces, ¿tendría que ir con los senos desnudos bajo la blusa o el jersey? Pues bien, que fuera. Si alguien lo notaba, ella podría explicarlo como mejor le pareciera o no dar ninguna explicación, era asunto suyo. En cuanto a las demás cosas que debía decirle, prefería esperar unos días y deseaba que, para oírlas, ella estuviera vestida como él quería. En el cajoncito del escritorio, encontraría todo el dinero que necesitara. Cuando él acabó de hablar, ella murmuró «te quiero» sin el menor gesto.
07 noviembre 2009
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4 se abrieron.
Me encanta tu blog. Lo leeré a partir de ahora.
Que pena estar destinada sólo a los caprichos de un buen señor, con lo comodo que son unos tejanos y una camiseta, claro está que siempre hay un momento adecuado para una ocasión especial, pero de ahí a que te elijan la ropa... umm discrepo un poquitín.
Besitos, me encanta venir a tu espacio. :-)
El tipo de relatos que más me gustan! Bravo, bravo y bravo! Me has vuelto a sacar una sonrisa.
He leido este libro, me ha parecido estupendo. El como O acepta prostituirse por su amente, ya que asi el lo queria; siendo socavada una y otra vez por hombres cuyos besos la asqueaban y sus caricias eran aun peores que cualquier otra vejacion.
Teniendo en cuenta aquella frase que le dijo Sir stephen: --tenga en cuenta que yo solo soy, y que no puedo ser mas que, otra forma de su amante: que siempre tendra un solo dueño.
Gran libro, definitivamente uno de mis favoritos
Besos, ^^
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