26 octubre 2007

Fragmento de "Ada o el ardor" (Vladimir Nabokov).


Su vestido ligero y flotante estaba tan abierto por la espalda que cada vez que la ahuecaba por un movimiento de sus omóplatos prominentes, Van, que se había aproximado al taburete tanto como se lo permitía la prudencia, podía ver hasta el coxis su ensilladura marfileña y respirar todo el calor de su cuerpo. Con el corazón saltándole en el pecho, y la mano lamentablemente hundida en el bolsillo del pantalón, se inclinaba sobre ella, mientras ella se inclinaba sobre su obra, y permitía a sus labios sedientos que se deslizasen ingrávidamente desde la cabellera tibia a la ardiente nuca. Era la sensación más dulce, más poderosa, más misteriosa que nunca había experimentado. En la sórdida lujuria del invierno anterior nada podía haberle hecho presentir aquella ternura acariciadora, aquel desconsuelo del deseo. Hubiera querido permanecer indefinidamente sobre la redondez exquisita de la pequeña protuberancia ósea que destacaba por debajo de su nuca, si ella, indefinidamente, hubiera mantenido la cabeza inclinada, y si el pobre muchacho hubiese sido capaz de soportar por más tiempo el éxtasis de aquel contacto en su boca, convertida en cera inmóvil, sin apretujarse contra la chica en un loco abandono.

3 se abrieron.

Eva dijo...

Es triste. O quizá soy yo la que lo ve hoy todo triste.
Un beso, Jardinero.

gatina dijo...

Nooo, yo diría que es melancólico...

Decía un poeta de mi pueblo que "en este mundo cruel nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira".
Eva, hay que cambiar ese cristal.

Besos

Eva dijo...

:)
Estoy en ello, Gatina. Y en gran parte gracias a este Jardinero (debo añadir)
Pero el muy jodío cristal a veces se me empaña.
Será el otoño...
Besos.