17 septiembre 2007

Fragmento de "My secret life" (Anónimo).


Tanto el fragmento como la apostilla que lo acompaña han sido traídos al Jardín por Ginebra.

No conocemos al autor de My secret life, una de las joyas de la erótica victoriana, aunque se atribuye con algún fundamento al caballero inglés Henry S. Ashbee. No es inhabitual que los libros eróticos aparezcan sin firma o pie de imprenta, habida cuenta de las severas leyes que desde el s. XVIII impedían la impresión y la libre circulación de este tipo de libros. Ashbee es autor de los Uncommon Books, tal vez la mejor bibliografía de obras eróticas que haya sido impresa nunca y fue también apasionado cervantista, pero nunca reconoció (que yo sepa) la autoría de Mi vida secreta.

El libro apareció en edición clandestina (por supuesto) a fines del XIX, en una tirada de ocho o diez ejemplares, hoy inencontrables. La edición original la constituían diez tomos, pero lo que conocemos son apenas dos, un resumen con tintes autobiográficos de la "educación sentimental" de su protagonista -un tal Walter- que no parecía ocuparse en otra cosa que en cepillarse a toda hembra que se le pusiese por delante.

No hay visión más exquisita y voluptuosamente incitante que la de una mujer bien formada, sentada o tumbada, desnuda con las piernas cerradas, oculto su coño por los muslos y sólo indicado por la sombra proveniente de los rizos de su toisón, que se espesa al acercarse a la parte superior del Templo de Venus, como si quisiera ocultarlo. Entonces, a medida que sus muslos se abren suavemente y la raja en el fondo de su vientre se abre ligeramente con ellos, aparece el crecimiento de los labios, surgen el delicado clítoris y las ninfas, se ve el incitante tinte rojo de toda la superficie y el conjunto queda enmarcado por cabello rizado, suave y brillante mientras que por los alrededores no hay sino la carne suave y marfileña del vientre y de los muslos, que le proporcionan el aspecto de una joya en su estuche. Los ojos del hombre nunca podrán descansar en un cuadro más dulce. [...] ¿Hay alguna otra cosa en este ancho mundo comparable con un coño? ¿Cómo puede un hombre dejar de sentir curiosidad, deseo y encanto en él?

En esos momentos mi cerebro gira con visiones de belleza y placer, pasadas, presentes y futuras. Mis ojos cubren todo el espectáculo desde el culo hasta el ombligo, el coño parece investido de una belleza seráfica y ser un ángel su poseedora. Por eso incluso ahora puedo contemplar los coños con todo el júbilo de mi juventud, y aunque haya visto mil cuatrocientos desearía ver mil cuatrocientos más.

Sobre la fisonomía de los coños y las capacidades para dar placer creo que sé tanto como la mayoría de los hombres. Fisionómicamente pueden dividirse en [seis] clases, pero un coño puede compartir las características de una, dos o más, especialmente por lo que respecta al desarrollo de clítoris y ninfas. Los clasifico del modo siguiente: 1) coños perfilados limpiamente; 2) perfilados con bandas; 3) labiados con volantes; labiados finamente; 5) de labios llenos, y 6) respingones.

Alguien se ha abierto.

gatina dijo...

"¿Hay alguna otra cosa en este ancho mundo comparable con un coño?" - esto lo he oido/leido yo en alguna parte... no sé.

Me gusta. Y la foto más.