22 junio 2007

Cal.


El jardinero suele madrugar bastante. Entra en el Jardín apenas ha amanecido para tener todo en perfecto estado cuando los primeros paseantes lleguen y observa las huellas que estos han dejado a lo largo del día anterior. Con el paso del tiempo he aprendido a leerlas, a saber por ellas quien ha entrado, dónde se ha detenido o qué ha estado haciendo en sus idas y venidas por las sendas del Jardín. He aprendido a apreciar a los paseantes por su rastro. Pero no a todos.
Hay huellas que no me gusta encontrar. Son de personas que no son bienvenidas en mi Jardín, seres que entran con aparente buena voluntad pero son mentirosos y viles, y dejan su nauseabundo rastro de tal modo que es imposible repararlo, y allí donde han pisado nada vuelve a crecer pese a mis cuidados, y las plantas y árboles que lo rodean se ajan y marchitan como si hubiesen sido impregnados de cal viva y sal.
No prohibo la entrada a nadie porque el Jardín es un espacio de plena libertad, pero esos seres detestables no son bienvenidos.
Y estaría encantado de no volver a encontrarme sus huellas nunca más.

3 se abrieron.

gatina dijo...

Creo que eso no son huellas, son cicatrices.
Las huellas suelen borrarse, por fortuna las malas y por desgracia las buenas.
Pero las cicatrices siempre quedan ahí, para recordarnos los buenos momentos, porque las heridas sólo se hacen tras los buenos tiempos...

Eva dijo...

Me jode leer algo así. Sobre todo porque me ha pasado y sé que fastidia.
Soy "una paseanta más", te dejé un comentario en tu entrada de "al pairo". Me provocaste una buena sonrisa ese día...
Yo le diría al jardinero que siga regando, porque tiene un jardín estupendo al que me gusta venir.
Un beso.

Anónimo dijo...

...y es que hay pisadas mas y menos hondas,y pisadas que acompañan,y otras que se van sola,pero si solo son pisadas..siempre deja huella.
muakkkk